Alcé la mirada al cielo, y otra la vez, las estrellas me habían abandonado, me sentí solo, perdido. Miré a ambos lados, y a pesar de saber donde me llevaba cada dirección, decidí quedarme quieto, congelarme un instante y mirar todo a mi alrededor.
Percibí cada instante de lo que admiraba en ese momento: El paisaje oscuro de la noche, las gotas de lluvia, que caían de los árboles mojados y el tintineo de una de las farolas, que parpadeaba sin descanso. No era un paraje bonito. No tenía vida , solo se escuchaba el silbido del viento deslizarse por la copa de los árboles, me era indiferente... porque era mi paraje.
En ese instante, una diminuta polilla empezó a revolotear cerca de una de las farolas, como la Tierra hace con el Sol. La farola se mantenía perfectamente estática, mientras que la polilla estaba en continuo movimiento. Me hizo gracia la pobre polilla, pensé: volará, has más no poder , para llegar a esa luz resplandeciente, que nunca llegará a tocar y jamás logrará entender el por qué no puede.
Mientas toda mi atención se centraba en aquella polilla incapaz de satisfacer su deseo, las primeras gotas de agua empezaron a caer sobre mí. Miré de nuevo al cielo y no parecía una gran tormenta, pero lo suficiente para que la polilla desapareciera y yo perdiera su rastro en la oscuridad del lugar, al que no alcanzaban las luces de aquellas farolas.
En aquel momento, me detuve a pensar y me planteé, ¿Quién soy?, ¿Que he hecho a lo largo de toda mi vida?, ¿Por qué estoy aquí?, no logré responder ninguna... le dediqué más esfuerzo, exprimí mi memoria y busqué en el recuerdo, pero fue un esfuerzo inútil, solo pude recordar una dirección. Decidí no asustarme, a pesar de no saber quien era, me dije: -Eres demasiado viejo como para perder la cordura.
Me levanté. Volví a mirar el cielo, ya no lloviznaba, seguidamente eché un vistazo a la farolas donde la polilla, había vuelto para seguir con su acometida, se me escapó una sonrisa y decidí poner rumbo a la dirección que había logrado recordar.